Atardecer

Atardecer
Septiembre 2009

martes, 18 de marzo de 2014

Década de los 60.
En el exterior de la venta de Roque.
De pie: D. Juan de la Cruz, D. Juan Méndez, D. Tomás Bravo y D.Celstino Ramos.
Delante: Quique Martín
¡ DE MANIOBRAS !

Las contingencias comunes, tales como catarros veraniegos, orzuelos o castigos, eran causa para no ir a la marea. Pero eso era consecuencia del albur o del estado de debilidad en las defensas del  organismo de cada cual. No obstante todos sabíamos que al menos un día del verano no podíamos ir a bañarnos, como tampoco podían salir a la mar los barcos. Era el día de las maniobras.

Por el camino de tierra que llevaba al Puertito, el día previo a las mismas o el mismo día, aparecían unos cuantos camiones del Ejército cargados de maderas y bidones de petróleo vacíos, así como otros utensilios, con los cuales se armaban los blancos que, llenos de banderolas eran remolcados a alta mar el mismo día de las maniobras. Éstas eran organizadas para ejercitar a los futuros Alférez de Complemento, estudiantes universitarios a los que se les daba la oportunidad de hacer el servicio militar sin necesidad de interrumpir el curso académico. La mili común era para la "probea", expresión para designar genéricamente a los pobres o menos agraciados por la fortuna, en afortunada descripción en el habla común de la época.

No recuerdo si era en Bajamar o en Jover, desde donde se disparaban las baterías de artillería y las ametralladoras llevadas al efecto. Para todos los ociosos era un entretenimiento poder observar la puntería o falta de ella de los jóvenes universitarios. Más la segunda que la primera, todo hay que decirlo. La cosa duraba toda la mañana, retirándose los militares hasta el año siguiente para descanso y alivio - supongo- de los pescadores  de bajura, que no tenían que perder otro día de trabajo hasta el año siguiente. Lo que sí era cierto es que a los chiquillos de la época, después de aquel entretenimiento veraniego, llegaba el momento de retornar al Arenisco o al Roquete.

Se dijo en su momento que los restos de la vieja casa del corsario Amaro Pargo, al pie de los Dos Hermanos, fueron cañoneados por una batería de artillería llevada al efecto por uno de sus descendientes que mandaba por aquella época a la tropa de futuros Alférez. ¿El motivo? Quizá el hombre no sabía la diferencia, sutil si se quiere, entre corsario y pirata ... 

martes, 4 de marzo de 2014

Punta del Hidalgo. Niños jugando en la Cueva Mejía, hoy sepultada por el paseo marítimo. Finales años 60
(Archivo Carmen y Víctor Núñez)

La máquina del agua aún en funcionamiento y el Puertito. Aún no estaba hecho el paseo marítimo. Finales años 60 (?)
UN CACHALOTE EN BAJAMAR

No recuerdo el año, pero tuvo que ser en la década de los sesenta. Un buen día La Punta y Bajamar se conmocionaron a pesar del "bichorno" veraniego, llamado también "pardela" "baifa", según la hora del día o quien lo calificara. En la playa de El Lobo, frente a la máquina del agua, en Bajamar, había encallado un cachalote.

La curiosidad puso en marcha a chicos y mayores para ver semejante espectáculo, y allá nos fuimos por El Arenal hasta llegar donde el pobre animal había varado. Ya estaba muerto, pero su aspecto era sorprendente por su tamaño, acostumbrados como estábamos a la pesca diaria que se descargaba en el Puertito por parte de los pescadores de bajura.

Alguna que otra fotografía se hizo, aunque no logro localizarlas en mi archivo.
SOLERA

Ignoro por qué lo llamaban así. Era un hombre de edad indefinida que en La Punta, y especialmente en las dos Hoyas, se usaba como elemento de control para la chiquillería a la hora de comer o de corregir el comportamiento. Una especie de involuntario "hombre del saco" o "coco" local.

-  "¡Si no comes llamo a Solera!". Esa era la severa amonestación de algunas madres para con los chiquillos "repunantes" a la hora de comer.

El "delito" del pobre Solera era ser portador de una atrofia muscular severa que le obligaba a caminar enroscando una de sus piernas alrededor de una vara larga. Al andar lentamente producía un ruido rítmico que asustaba a la menudencia, que huía despavorida al grito de "¡que viene Solera!", mientras los zangalotes (1) le tiraban de la lengua con alguna maldad, a lo que él respondía con insultos con su habla entrecortada y en los que se acordaba de algún pariente cercano de los provocadores.

No sé que fue de él, pero en su persona desvalida se daban todas las miserias de una época dura y triste para mucha gente,

(1) Zangalote: "Muchacho muy crecido y fuerte para su edad". Dicc. Histórico del Español de Canarias.

jueves, 19 de septiembre de 2013

ANECDOTARIO ( 1 )

¡ Marinero a la mar con botas, pelota !

Polo "el Viejo" era un marino curtido por muchas décadas de trabajo en la mar. Su carácter era sosegado, pausado, como esperando ver venir las cosas sin precipitarse en modo alguno para ir a su encuentro. A veces hacía tertulia sentado en el suelo a la sombra, mientras fumaba lentamente y observaba con sus ojillos pícaros el ir y venir de la gente. Siempre había un "ádios" en su boca. Alguna vez lo vi remendando pandorgas en el Puertito.

Un buen día estaba apostado cerca de la escalinata que baja desde la carretera y la muralla viendo venir un grupo de gente que llegaba de Santa Cruz cargada de modernos artilugios, cañas de carrete de fibra incluidas, vestimenta deportiva y sombrero para la ocasión , maletines para la carnada y nevera para las cervezas. Pero eso no fue lo que llamó la atención de Polo, sino que algunos de ellos iban calzados con botas. Conocedor de la mar y de los vaivenes de las pequeñas barcas punteras exclamó con sorna: "Marinero a la mar con botas, pelota!". Con ello quería decir, acostumbrado como estaba a ir descalzo en la barca, que el calzado no era el más adecuado para la ocasión y que los resbalones y "lomazos" dentro de la embarcación iban a ser de órdago, rebotando en la barca como si fueran pelotas de fútbol.

Un príncipe en la Punta

En algún año de los cincuenta que no consigo recordar apareció en la Punta una pequeña comitiva de gente con modernos trajes de buceo, botellas de aire y aletas espectaculares con la intención, ¡claro está!, de hacer una inmersión. Mí tía abuela Enriqueta y mi tía Carmen estaban charlando sobre las cuatro de la tarde en la ventana de la casa de la primera cuando se acercó el grupo compuesto por extranjeros.

Como era costumbre en aquella época saludaron dando las buenas tardes, deteniéndose uno de ellos para devolver el saludo y tener una cortesía con las señoras. Para sorpresa de ambas la persona que se paró fue el príncipe Rainiero de Mónaco, enfundado en un traje de buceo. A la caída de la tarde la comitiva regresó por el mismo camino, no dejando más estela que la de un vago recuerdo en los pocos que supieron quién era uno de aquellos buceadores.