Atardecer

Atardecer
Septiembre 2009

jueves, 19 de septiembre de 2013

ANECDOTARIO ( 1 )

¡ Marinero a la mar con botas, pelota !

Polo "el Viejo" era un marino curtido por muchas décadas de trabajo en la mar. Su carácter era sosegado, pausado, como esperando ver venir las cosas sin precipitarse en modo alguno para ir a su encuentro. A veces hacía tertulia sentado en el suelo a la sombra, mientras fumaba lentamente y observaba con sus ojillos pícaros el ir y venir de la gente. Siempre había un "ádios" en su boca. Alguna vez lo vi remendando pandorgas en el Puertito.

Un buen día estaba apostado cerca de la escalinata que baja desde la carretera y la muralla viendo venir un grupo de gente que llegaba de Santa Cruz cargada de modernos artilugios, cañas de carrete de fibra incluidas, vestimenta deportiva y sombrero para la ocasión , maletines para la carnada y nevera para las cervezas. Pero eso no fue lo que llamó la atención de Polo, sino que algunos de ellos iban calzados con botas. Conocedor de la mar y de los vaivenes de las pequeñas barcas punteras exclamó con sorna: "Marinero a la mar con botas, pelota!". Con ello quería decir, acostumbrado como estaba a ir descalzo en la barca, que el calzado no era el más adecuado para la ocasión y que los resbalones y "lomazos" dentro de la embarcación iban a ser de órdago, rebotando en la barca como si fueran pelotas de fútbol.

Un príncipe en la Punta

En algún año de los cincuenta que no consigo recordar apareció en la Punta una pequeña comitiva de gente con modernos trajes de buceo, botellas de aire y aletas espectaculares con la intención, ¡claro está!, de hacer una inmersión. Mí tía abuela Enriqueta y mi tía Carmen estaban charlando sobre las cuatro de la tarde en la ventana de la casa de la primera cuando se acercó el grupo compuesto por extranjeros.

Como era costumbre en aquella época saludaron dando las buenas tardes, deteniéndose uno de ellos para devolver el saludo y tener una cortesía con las señoras. Para sorpresa de ambas la persona que se paró fue el príncipe Rainiero de Mónaco, enfundado en un traje de buceo. A la caída de la tarde la comitiva regresó por el mismo camino, no dejando más estela que la de un vago recuerdo en los pocos que supieron quién era uno de aquellos buceadores.

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