Resulta difícil hablar con objetividad de un lugar que ha conformado aspectos claves de la vida de una persona o de un grupo de ellas. Este blog no pretende hacer una reflexión exhaustivo de lo que fue la Punta del Hidalgo desde 1950, la primera vez que estuve en aquel lugar con solo un mes de vida. No se trata de presentar un lugar geográfico, ni tan solo un paisaje o de hacer una análisis sociológico o histórico. Solo deseo trasmitir recuerdos y vivencias propias y de otros desde una perspectiva muy personal y, por lo tanto, subjetiva.
No se pretende llegar a nuestros días, al menos por ahora, y sí aportar la presencia de algunos personajes quizá olvidados o guardados en algún rincón de la memoria, y hacerlo desde la perspectiva de alguien que no nació allí, pero que en la Punta vivió los mejores días de su infancia y adolescencia.
Para nosotros, los de mi generación, que tuvimos el privilegio de vivir en un lugar alejado e ignoto -la Punta del Hidalgo fue "descubierta" por la mayoría de los tinerfeños en la década de los 60- la Punta costituyó una Arcadia feliz. Cierto es que para muchos de los que allí vivían no era así, pues la realidad cotidiana era mucho más dura, pero en la ignorancia de la infancia y la despreocupación de la juventud, aquel lugar constituyó un lugar mágico.
Los lugares de nuestras andanzas estaban en la costa de la Hoya Baja: el Arenisco y su Charco Redondo, la Cueva Mejía, la Cueva del Burro, el Puertito, el Roquete, la Bajeta,... La zona de la parroquia era solo de incursión semanal, subiendo endomingados para ir a misa por el Toscalito. Más allá era "allá alante", después de las casas de Perera, un lugar para ver las ruinas de la vieja iglesia, en cuyo solar se levantó después una Escuela Unitaria y más tarde el monumento al gran cantador Sebastián Ramos "El Puntero".
Costear hasta San Juanito era una odisea que se hacía una vez o dos durante el verano, pasando entre pencones, goros de cochino y montones de algas en putrefacción que soltaban un líquido color granate con un olor muy característico ya desaparecido. Para llegar a San Juanito pasábamos por las salinas que Celedonia y otras mujeres tenían en la costa y que todo el mundo respetaba.
La Hoya Alta era lugar prohibido para los chiquillos porque había que atravesar la carretera, y el Homicián estaba demasiado lejos y no nos ofrecía mayor interés por su propia lejanía, aunque su nombre resultara a la vez misterioso y exótico. Una excursión al año para ver las vistas de la costa desde allí arriba y oler aquella mezcla de hierbas salvajes que anunciaban la cercanía de los montes de Anaga, que eran coronados por nieblas al atardecer.
Punta del Hidalgo, tierra de leyendas, cuentos marineros, de cielos nocturnos cuajados de estrellas, ... de amistad y nostalgias.
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