GUAGUAS, TAXIS Y COCHES PIRATA (1)
En una época en la que con apretar una tecla nos colocamos virtualmente en las antípodas, lo que voy a intentar relatar puede resultar casi increíble. Según me contaba Ángela Gutiérrez Barrios, nacida bajamarera y lagunera por querencia, su padre, el señor Bernabé, trabajó de joven en la apertura de la carratera hasta la Punta del Hidalgo. Antes solo había un camino de tierra, designado pomposamente como Camino Real que al parecer al llegar a la altura del El Lobo, en Bajamar, descendía hasta la costa y bordeaba el Arenal para dirigirse hasta uno de los extremos más desconocidos de la isla de Tenerife, a aquel lugar en el que habitó el mítico Zebensui.
Me contaba mi narradora lo que ella había escuchado a su vez de boca de su padre, sin que ella misma, que había nacido en 1908, lo hubiera visto con sus propios ojos. Más de un obrero se mató derriscándose por Las Barranqueras mientras se hacían aquellas vueltas y revueltas que carcaterizaron la carretera de la Punta hasta no hace mucho tiempo. Su madre, seña Laura, le llevaba a su padre en un hatillo el almuerzo y el yantar, palabra que aún se usaba para la comida del mediodía. Años duros en una economía de subsistencia.
Con la carretera llegó la civilización. ¿Llegó?. Eso sí, llegaron las primeras guaguas, que eran de madera, y con ellas las cosas de la ciudad: prensa, alimentos y el tráfico de las pescadoras que antes iban y venían caminando para vender su mercadería. Recuerdo alguna de aquella guaguas de madera en las que llegué a subirme para ir o regresar de la Punta. Renqueantes y sólidas a pesar de su aspecto, encaraban la Cuesta de San Bernabé apurando sus fuerzas hasta alcanzar la altura máxima del repecho como una anciana asmática. ¡Pero llegaban!
Las guaguas se estacionaban en La Laguna en la antigua calle del Jardín, llamada después de Anchieta por aquel lagunero lejano que fuera fundador de Sao Paulo. Pero esas son otras historias, más importantes y mejor contadas que estas menudencias mías por gente especializada en esos menesteres.
Mi abuelo había tenido dos coches en época anterior a la Guerra Civil, pero los vendió y se aficionó a la guagua como medio de transporte. Le gustaba porque en ella podía establecer convesación con sus vecinos de asiento, trabar amistades y conocer gente nueva. De paso veía el paisaje y analizaba como estaban los cultivos de la zona por donde pasaba,especialmente las viñas teguesteras. Le recuerdo entrando en una de ellas en la parada de Pepe el Abogado en la Hoya a las siete y media de la mañana. Se quitaba el sombrero y saludaba en voz alta a la concurrencia, que le correspondía con un saludo colectivo. Era la época en la que todavía la gente se miraba a la cara y respondía a los buenos días...
En la guagua, durante toda la temporada de verano, nos llegaba diariamente la leche de la finca de Los Baldíos, junto con frutas, algunas verduras de temporada y "La Prensa", pues era así como seguía llamando mi abuelo al ya entonces denominado "El Día", con su obligado cangrejo en la portada. Mi abuelo le dio siempre su nombre de periódico republicano, pienso que por su amistad de toda la vida con D. Leoncio Rodríguez, resistiéndose siempre a usar el nuevo nombre impuesto por las circunstancias. Y eso que mi abuelo había sido concejal dos veces por el Partido Liberal Monárquico que lideraba D. Beníto Pérez Armas. El periódico era esperado con ansia, se leía con fruición y se comentaban las noticias en corrillo. Algunos de aquellos artículos eran leídos en voz alta y todos, pequeños y mayores, guardábamos una actitud reverente hacia el lector o lectora, especialmente cuando se suscitaba alguna polémica entre alguno de los periodistas o colaboradores del diario. Nada que supusiera que la sangre llegara al río, pero en una época en la que la libertad de expresión no existía aquello sabía a pastillas.
En la Punta no había luz eléctrica, por lo que la radio no se escuchaba y había necesidad de noticias de lo que podríamos llamar sin exageración "el mundo exterior".Quizá esto sea dicho con toda propiedad, pues la Punta del Hidalgo constituía un microcosmos aparte del resto de la sociedad tinerfeña de la época, un espacio dormido en el tiempo y mecido por el sonido del Atlántico...
Con la carretera llegó la civilización. ¿Llegó?. Eso sí, llegaron las primeras guaguas, que eran de madera, y con ellas las cosas de la ciudad: prensa, alimentos y el tráfico de las pescadoras que antes iban y venían caminando para vender su mercadería. Recuerdo alguna de aquella guaguas de madera en las que llegué a subirme para ir o regresar de la Punta. Renqueantes y sólidas a pesar de su aspecto, encaraban la Cuesta de San Bernabé apurando sus fuerzas hasta alcanzar la altura máxima del repecho como una anciana asmática. ¡Pero llegaban!
Las guaguas se estacionaban en La Laguna en la antigua calle del Jardín, llamada después de Anchieta por aquel lagunero lejano que fuera fundador de Sao Paulo. Pero esas son otras historias, más importantes y mejor contadas que estas menudencias mías por gente especializada en esos menesteres.
Mi abuelo había tenido dos coches en época anterior a la Guerra Civil, pero los vendió y se aficionó a la guagua como medio de transporte. Le gustaba porque en ella podía establecer convesación con sus vecinos de asiento, trabar amistades y conocer gente nueva. De paso veía el paisaje y analizaba como estaban los cultivos de la zona por donde pasaba,especialmente las viñas teguesteras. Le recuerdo entrando en una de ellas en la parada de Pepe el Abogado en la Hoya a las siete y media de la mañana. Se quitaba el sombrero y saludaba en voz alta a la concurrencia, que le correspondía con un saludo colectivo. Era la época en la que todavía la gente se miraba a la cara y respondía a los buenos días...
En la guagua, durante toda la temporada de verano, nos llegaba diariamente la leche de la finca de Los Baldíos, junto con frutas, algunas verduras de temporada y "La Prensa", pues era así como seguía llamando mi abuelo al ya entonces denominado "El Día", con su obligado cangrejo en la portada. Mi abuelo le dio siempre su nombre de periódico republicano, pienso que por su amistad de toda la vida con D. Leoncio Rodríguez, resistiéndose siempre a usar el nuevo nombre impuesto por las circunstancias. Y eso que mi abuelo había sido concejal dos veces por el Partido Liberal Monárquico que lideraba D. Beníto Pérez Armas. El periódico era esperado con ansia, se leía con fruición y se comentaban las noticias en corrillo. Algunos de aquellos artículos eran leídos en voz alta y todos, pequeños y mayores, guardábamos una actitud reverente hacia el lector o lectora, especialmente cuando se suscitaba alguna polémica entre alguno de los periodistas o colaboradores del diario. Nada que supusiera que la sangre llegara al río, pero en una época en la que la libertad de expresión no existía aquello sabía a pastillas.
En la Punta no había luz eléctrica, por lo que la radio no se escuchaba y había necesidad de noticias de lo que podríamos llamar sin exageración "el mundo exterior".Quizá esto sea dicho con toda propiedad, pues la Punta del Hidalgo constituía un microcosmos aparte del resto de la sociedad tinerfeña de la época, un espacio dormido en el tiempo y mecido por el sonido del Atlántico...
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