Atardecer

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Septiembre 2009

domingo, 10 de julio de 2011

JUEGOS DE MAR (2)



Posted by Picasa
Punta del Hidalgo, 1962. En El Arenisco.
Fotografía de Carlos González Rojas. Archivo Carmen y Víctor Núñez

JUEGOS DE MAR (2)

Según crecíamos íbamos ganando en autonomía e independencia, hasta tal punto que nos dejaban ir solos a la marea. Libres de la tutela de los adultos campábamos a nuestras anchas por los alrededores del Arenisco. Después de las mareas fuertes, cuando la mar de fondo arroja las algas a la costa (musgo en puntero), las mañanas o las tardes pasaban a tener un aliciente complementario: el revolcarnos en él, corretear, organizar pequeñas batallas doradas con un profundo olor a mar, para después regresar a casa exhaustos y oliendo al penatrante aroma que provenía del fondo del Atlántico...

Un lugar adecuado para ello era la Cueva Mejía, hoy desaparecida bajo el cemento del paseo marítimo junto con su casi gemela, la Cueva del Burro. Allí nos reuníamos unos cuantos, veraneantes y punteros, para llevar a cabo una batalla incruenta entre risas y empujones.

Aprendimos a pescar, a preparar las cañas y a colocar los azuelos en la "tansa" que comprábamos en la venta de Natalio; sabíamos donde estaban las lombrices más gordas, y supimos"curarlas" con tierra fina de la bajada al Arenisco. La verdad es que no pescábamos gran cosa, pues no nos aventurábamos más allá de los charcos de la orilla, pero en una época en la que todavía abundaban pejes verdes, alguna vicuda, palometas, fulas y los temidos roscacios, que iban a parar a los pequeños baldes de plástico. Cuando no había de eso nos conformábamos con los cabocios que pululaban en los charcos. Las viejas y otras especies mayores eran para gente adulta y curtida en la pesca de orilla, como Miguel el del Espigón y Eulogio el de la Máquina ...

Nuestra magra pesca la regalábamos a los gatos de Francisca la de Eleuterio, que se arremolinaban curiosos y golosos cuando regresábamos de nuestras aventuras pesqueras por los alrededores del Arenisco y el Charco Redondo. Alguna que otra vez pescamos con pandorga, escanchando previamente los erizos de mar.

Algo que nunca olvidaré es la sopa que hacía con ellos  Lele, en la que se mezclaban el intenso sabor a mar con del humo de cuando fueron asados para preparar el caldo.

Con los chicos de la Hoya Baja aprendimos a hacer barcos de latón, aprovechando las latas vacías de gasolina o aceite que siempre habían por el Puertito. A todos nos causaba envidia el barco que tenía Estebita, en el que cabia perfectamente y en el que se desplazaba por los aledaños del Roquete y del Puertito, con el consiguente resquemor de los que solo teníamos un pequeño barco que apenas medía dos palmos y se hundía cada dos por tres.

Dos veces durante el verano se hacían excursiones a dos lugares concretos: Las Furnias y el Arenal. La mejor de todas era esa última, porque al ser más lejos se preparaba con esmero. A lo largo de la costa se formaba una hilera de porteadoras, niños, adolecentes, mozalbetes y madres llenas de advertencias y amenazas ante lo traicionero de las corrientes de la playa. Con el paso de los años y la experiencia aprendimos a reconocer las corrientes, junto con las advertencias de los mayores: "Si te ves apurado deja que te lleve ..., acabarás en la máquina del Lobo..."

Llegar ya era una juerga, bañarse y dejarse revolcar por las olas en una playa de arena, otra. Y después la merienda, que se llevaba en cestones de mimbre y se repartía entre todos, presumiendo cada casa de su especialidad. Un lujo sencillo para una puesta de Sol.

El regreso resultaba cansino, agotados como estábamos por el exceso de ejercicio y la digestión. Era más silencioso,  con menos bullicio, pudiéndose escuchar entonces la voz que cantaba coplas con letras marineras:

"Con el rial de la noche
y el calor de la mañana
salen los barcos del puerto
y amanecen en la Habana"

O aquella otra que dice:

"Triste es la noche en la  mar,
triste es la noche sin luna,
pero más triste es amar
sin esperanza ninguna"

  
   Coplas viejas que ya nadie conoce ni canta.

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