

IN MEMORIAM- MARÍA ROSA ALONSO
Uno de los mayores tesoros de la existencia humana es el poder llegar a conocer y a tratar a seres excepcionales. La excepción en esas personas puede venir a través de diferentes vías y manifestarse de formas muy distintas. La persona que me ocupa es una de ellas, y su forma excepcional de vida la forjó a través del uso de la razón, del desarrollo de la comprensión intelectual del mundo, de la libertad de pensamiento, más allá de la estrechez mental externa e impuesta en la que se vio obligada a vivir durante una etapa muy importante de su vida. María Rosa Alonso fue una extraña que desafió a un mundo y a una época en donde primaba el asentimiento a la indigencia intelectual.
La relación de nuestra familia con con la suya venía de lejos, pues existía un grado de parentesco a través de su madre, a la que mi padre y mis tíos llamaban familiarmente tía Rosa. La tía Rosa era hija de Gaspara Núñez, hermana de mi tatarabuelo Gregorio Núñez Valladares, y había llegado desde su Tacoronte natal a La Laguna para estudiar magisterio, alojándose durante ese tiempo de estudios en la casa de mi bisabuela María Fuentes y Medina, viuda ya entonces de mi bisabuelo, Víctor Núñez Alonso. Estoy hablando, claro está, de finales del siglo XIX.
María Rosa Alonso fue otra de las personas que se hicieron punteras de corazón, aún antes de la Guerra Civil que tantos sinsabores le causaron y que marcó de forma dramática su vida y la de su familia más directa. Vivió la Guerra, y lo que vino después, con una dignidad sobria, sin doblegarse ni hacer concesiones. Por eso mismo, y porque su alma era la de un ser humano libre, tuvo que marchar como tantos otros a la tierra provisoria del otro lado del Atlántico.
Pero en estas breves líneas yo no quisiera detenerme en su figura pública, bastante conocida a partir de su centenario, sino en algunos aspectos y recuerdos que guardo de ella a través de mi infancia y juventud.
Para mi familia la persona de María Rosa era casi un mito. Se hablaba con frecuencia de ella desde la admiración y el respeto a través de su altura intelectual y humana. Dentro de ese marco crecí y tuve el privilegio de conocerla. Es obvio que mis vivencias en torno a su persona son limitadas, teniendo encuenta la diferencia generacional y que solo de vez en cuando pasaba algunas semanas con su hermana Nieves, a veces coincidiendo con el veraneo puntero.
Una tarde de agosto, no recuerdo el año, se presentó en casa de mi abuelo para saludarlo. Tuve el privilegio de asistir a un encuentro memorable en el que se habló mucho del pasado, de los viejos tiempos, de coplas olvidadas, de vinos primorosos, del parentesco lejano ... En algún lugar, sepultado probablemente por los muchos legajos, recortes y apuntes que tengo en mi biblioteca, sobreviven unas anotaciones manuscritas por María Rosa con su proverbial tinta verde y en la que describió, junto con mi abuelo, el grado de parentesco que tenían.
Conservo con cariño y aprecio dos libros que me dedicó, uno en el año 68, y la segunda edición de "Un rincón tinerfeño- Punta del Hidalgo". "... un librito lleno de recuerdos de tantos Núñez queridos por mí, y otros amigos que todos se han ido antes que yo", como reza la dedicatoria. De las bibliotecas de mi padre y de mi tía Carmen conservamos primeras ediciones de todos sus libros, recortes de periódicos con artículos y una gran cantidad de cartas manuscritas de carácter personal en las que pone de manifiesto su personalidad más cercana y familiar.
En esas cartas, especialmente en la amplia correspondencia mantenida desde Venezuela con mi tía Carmen, hay un extenso abanico de cosas, que van desde lo cotidiano a la descripción de ciertos aspecto de su trabajo como profesora e investigadora.
En el breve relato que culmina su libro sobre Punta del Hidalgo coloca en boca del notario Don Miguel Cullen una frase que puede resumir el sentimiento de su partida y que justifican estas breves líneas de homenaje: "que venga a mi espíritu la más entusiasmada evocación de un tiempo que se fue para nunca volver, como no sea en nuestro propio corazón"
Una tarde de agosto, no recuerdo el año, se presentó en casa de mi abuelo para saludarlo. Tuve el privilegio de asistir a un encuentro memorable en el que se habló mucho del pasado, de los viejos tiempos, de coplas olvidadas, de vinos primorosos, del parentesco lejano ... En algún lugar, sepultado probablemente por los muchos legajos, recortes y apuntes que tengo en mi biblioteca, sobreviven unas anotaciones manuscritas por María Rosa con su proverbial tinta verde y en la que describió, junto con mi abuelo, el grado de parentesco que tenían.
Conservo con cariño y aprecio dos libros que me dedicó, uno en el año 68, y la segunda edición de "Un rincón tinerfeño- Punta del Hidalgo". "... un librito lleno de recuerdos de tantos Núñez queridos por mí, y otros amigos que todos se han ido antes que yo", como reza la dedicatoria. De las bibliotecas de mi padre y de mi tía Carmen conservamos primeras ediciones de todos sus libros, recortes de periódicos con artículos y una gran cantidad de cartas manuscritas de carácter personal en las que pone de manifiesto su personalidad más cercana y familiar.
En esas cartas, especialmente en la amplia correspondencia mantenida desde Venezuela con mi tía Carmen, hay un extenso abanico de cosas, que van desde lo cotidiano a la descripción de ciertos aspecto de su trabajo como profesora e investigadora.
En el breve relato que culmina su libro sobre Punta del Hidalgo coloca en boca del notario Don Miguel Cullen una frase que puede resumir el sentimiento de su partida y que justifican estas breves líneas de homenaje: "que venga a mi espíritu la más entusiasmada evocación de un tiempo que se fue para nunca volver, como no sea en nuestro propio corazón"
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