Atardecer

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Septiembre 2009

lunes, 8 de agosto de 2011

JUEGOS EN TIERRA (1)


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En grupo en el patio de la casa de la familia De la Cruz Betancor. Presididos por Dña. Julia Betancor. 1958

Decía Aristóteles que "la mayoría de los juegos de la infancia deberían ser imitaciones de las ocupaciones serias de la edad futura". No se si el ilustre filósofo tenía razón, parte de razón o simplemente es un majadero antiguo. Probablemente las tres cosas a la vez, porque pretender que las actividades lúdicas de la niñez sean solo una especie de escuela de aprendizaje para la edad adulta es, sin lugar a dudas, una majadería.

Durante la niñez en la Punta del Hidalgo es bien cierto que aprendimos cosas propias de adultos y que han quedado en todos los que participamos en ellas, como era saber colocar los anzuelos en la "tansa", conocer donde estaban las lombrices mejores y curarlas con la tierra adecuada, cómo usar los erizos para pescar con  pandorga, reconocer las diferentes clases de pejes ... Pero ello no tenía la carga de la responsabilidad adulta ni por asomo, pues se hacía por imitación y como parte del mismo juego.

Todavía en aquella época las niñas punteras jugaban a la rueda y cantaban canciones heredadas de sus madres y abuelas, entre ellas "Jardinera", tal y como nos relata María Rosa Alonso en su libro sobre la Punta del Hidalgo en un pasaje en el que refiere a unos veinte o treinta años antes de que yo la escuchara. En otras versiones la canción está en masculino y al parecer, y según Gerard Brenan, la letra está inspirada en un romance de "amor y guerra" del siglo XIV. ¡Nada menos! Aunque su música se corresponde a la también canción infantil de corro "Dónde vas Alfonso XII".

 También, ¡como no!, "La Chata virigüela" o "birigüela", canción común que también se cantaba o canta en otras islas y cuyo origen más remoto está en la península. En su versión inicial la canción recibe el título de la "Chata Merenguela". Es muy curioso el título de esta canción infantil, pues al parecer se refiere en su origen nada menos que a Doña Berenguela, la reina que fuera esposa de Alfonso IX de León y madre de Fernando III, llamado el Santo. De "reina" pasó a "chata", de Berenguela a "Merenguela", y en Canarias se terminó convirtiendo en "virigüela", ¡que vaya usted a saber lo que significa! ¡Eso es evolucionar! Las niñas se reunían en la explanada de cemento que estaba frente a la venta de Natalio al anochecer y cantaban en corro esa y otras, entre las que se encontraba "¡Oh, viejo moro, ¿por qué no te has casado como los demás?...". Esa explanada de cemento era conocida por la gente mayor como "el piso don Alfredo", tal como lo escribo, ignorando por mi parte quién fue don Alfredo, aunque intuyo que alguien que se sacó las perras del bolsillo para adencentar con cemento aquella zona.

Una de las cuestiones más peliagudas que teníamos que resolver en aquellos veraneos era a qué dedicar las tardes. ¡Gran preocupación! Ni que decir tiene que después de comer no nos dejaban salir debido al solajero, por lo que el tiempo lo dedicábamos a leer "colorines", que es en canario lo que los "tebeos" de Cádiz para arriba. Por allí estaban "Pulgarcito", "La Pequeña Lulú", que venía de Méjico junto con aquellas relamidas  "Vidas ejemplares" que había en la Biblioteca del Colegio Nava, "El Capitán Trueno" y más tarde "Hazañas bélicas". Pero claro, duraban poco y eran repetitivas, salvo que alguien trajera de la Librería "El Águila" alguna novedad.

En realidad lo que nosotros deseábamos era salir corriendo de nuestras respectivas casas para ir a jugar. Al final lo conseguíamos después de arduas negociaciones y advertencias previas, y sombrero de paja en ristre o gorra de loneta salíamos de estampida al encuentro de los amigos. La cosa era reunirse en algún lugar concreto, como era el caso de "el banquito", al lado de la escuela de Doña Sebastiana, pero que a esa hora era un proyecto imposible porque ardía como el horno donde fueron metidos los compañeros del profeta Daniel. Así que terminábamos recalando en el patio del señor Felipe, a la fresca sombra del árbol del Paraíso.

¡Cuánto nos aguantaron aquellos venerables ancianos! ¡Y sus hijas Lele y Lala! El banco del patio nos servía de base de operaciones para hacer incursiones diversas: hacer guerras de indios "allá enfrente", que en este caso era el lado opuesto de la finca. A veces robábamos piñas de millo y las asábamos, otras recogíamos los tallos secos de los cebollinos y los convertíamos en apestosos cigarros de "matalauva" que nos quemaban el gaznate, y alguna que otra vez nos dividimos en bandos, a imitación de alguna de las peliculas que vimos en los domingos, acabando la "escena" a pedrada limpia para salvar las diferencias entre "buenos" y "malos". Eso no impedía que al día siguiente bajáramos todos juntos al Arenisco y siguiéramos siendo tan amigos como antes de la batalla.

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