Este blog no trata de comentar cosas de ahora mismo sobre ese magnífico lugar de Tenerife, al menos por ahora. Sólo mostrar recuerdos y añoranzas de un tiempo ido desde una perspectiva muy personal y por lo tanto, subjetiva
Atardecer
Septiembre 2009
lunes, 23 de abril de 2012
jueves, 8 de marzo de 2012
miércoles, 7 de marzo de 2012
Olores, colores y formas
"Quizá la nostalgia sea un deseo; o el resplandor de un tiempo en que creíamos ser felices". Ana Mª Matute, "Aranmanoh"
Nunca será igual el pasado al presente y no solo por una cuestión cronológica, que es evidente, sino porque nosotros mismos hemos cambiado. El lugar es el mismo, el paisaje básico sige estando allí, así como los colores y los aromas, pero nosotros somos diferentes. Comentando estos spectos con el excelente y culto amigo que es Adrián Rodríguez Junco me decía con acierto que en realidad la luz o el mar son los mismos, solo que nosotros los vemos con ojos diferentes, porque nosotros también lo somos.
El primer impacto al llegar a la Punta era y es, especialmente en invierno, el fuerte olor a mar. En la costa puntera se entremezclan olores diferentes que además son distintos según la época del año y el lugar en donde se esté. En invierno las orillas verdean, mientras que en verano un blando color castaño tiñe los rompiente de la olas. La temperatura de la mar en cada estación tendrá sin duda su papel en ello, pero no por eso deja siempre de sorprender al que desea ver más que un paisaje ocasional.
Durante mi niñez, en una época en el El Puertito bullía en actividad pesquera, la zona olía de forma inevitable a los frutos del mar, pues allí se limpiaba el pescado y se colocaba en las cestas -por algunos llamadas, significativamente, barquetas- entre jugosos y brillantes trozos de algas ("mujo"), cuyo cromatismo iba del suave dorado sin ostentación al sepia. Las mujeres cargarían después sobre sus cabezas aquel milagro de plata que era el fruto de un trabajo nunca bien compensado que pregonarían con ímpetu misionero por los campos cercanos y por la Ciudad.
El mar de fondo puntero trae de vez en cuando sopresas a la costa en forma de algas bundantes que se depositan en la orilla. Allí se acumulan, sestean y van cambiando de olor y color, tiñendo las aguas próximas con el oro de la malvasía vieja. Por la costa, en dirección a San Juanito, cuando no había carril para coches sino una vereda estrecha fruto de siglos de tránsido pedestre, se acumulaban en determinados lugares verdaderas colinas de algas en putrefacción, llevadas hasta allí por las manos de quienes las usarían después como abono para las fincas colindantes. Aquel olor característico se unía en una extraña simbiosis con el salitre de la mar brava, más allá del Altarejo, con el de los cardones, las tabaibas o las tuneras de raquíticos higos de pulpa color granate.
A este paisaje visual y oloroso se unían, y aún lo hacen, los luchadores y tenaces tarajales (Tamarix canariensis), supervivientes en un medio hostil, que estoicamente soportan lo vientos salinos y muestran al batiente su desnudez más absoluta en una sobriedad inquietante.
En esa zona los aromas cambiaban y se entremezclaban también con los del cebollino y el de Nitrato de Chile, aquel que pregonaba sus bondades en los mosaicos tejineros y que ayudaba a fertilizar las tierras dedicadas a la platanera. En algún momento y en algunas pequeñas parcelas se llegó a cultivar algodón, que se rodeaba con modestas y ocasionales plantaciones de calabaza y batata para el consumo doméstico y que sirvieron durante mucho tiempo como moneda de intercambio en una economía de subsisteencia.
Aromas, colores y formas que venían, vienen y vendrán siempre condicionadas por el implacable y majestuoso Atántico. A principios de septiembre, cuando llegaba la hora de la marcha a la Ciudad y la Arcadia infantil quedaba en suspenso hasta el año siguiente, mis ojos se llenaban de nostalgia y sentía una extraña desazón en mi ser al contemplar la refracción de los rayos solares sobre aquel mar hipnotizante que centelleaba como un espejo de oro que tuviera vida propia.
viernes, 6 de enero de 2012
JUEGOS DE TIERRA (2)
JUEGOS DE TIERRA (2)
Los juegos de aquella infancia, como los de ahora, no se limitaban a los tradicionales, sino que se daba rienda suelta a la imaginación, que es la mejor compañera para estos menesteres. Como en toda actividad humana, teníamos nuestros lugares de encuentro y reunión para comenzar "la faena". La cuestión estaba en tragarse la comida lo más rápidamente posible para así aprovechar un tiempo que, nos parecía, se escapaba de las manos.
Tomás Bravo y yo competíamos en velocidad. El que primero acababa de comer iba a la casa del otro, lo que visto desde la distancia, no dejaba de ser una molestia para el resto de los comensales. Pero eso era algo secundario para nosotros dentro de nuestro objetivo, que era salir a jugar lo más pronto posible.
Los lugares de reunión eran elegidos por el fresco relativo que eran capaces de dar a esa hora del día: la acera de la parte alta de la casa de mi abuelo, el maravilloso patio del señor Felipe o la acera-banco de "tío" Rafael. Allí se iba acercando la chiquillada siguiendo las severas advertencias maternas sobre los efectos del solajero, esa preciosa palabra canaria que tan bien describe la intensidad de nuestra pequeña estrella. Más de una vez Juana María se metió el bistec doblado en el bolsillo para salir a jugar, alegando que ya había terminado de comer. Poco a poco llegaban María Victoria, Manola, Mercedes, Perico, ...Las pandillas se entremezclaban, aunque predominaban las formadas por afinidades de edad o proximidad vecinal.
En el patio de Maribel y Felipito descubrimos el gusto por las rodajas de mortadela de un dedo de gordo, al tiempo que robábamos piñas de millo para asarlas a escondidas "allá alante". A veces reuníamos entre todos unas pesetas y comprábamos en la venta de Natalio o en la de Lala una bebida novedosa y exótica, "7UP", cuya marca era pronunciada tal cual se escribe, pues en aquella época todavía estaba lejos de nosotros el conocimiento del inglés. En realidad para mí siempre lo ha estado, pues la mayor parte de mi educación la recibí en un colegio religioso de origen francés, por lo que el idioma de Shakespeare ni se mentaba, siendo descrito despectivamente por algún profesor cuyo nombre no quiero recordar, como una lengua de protestantes.
El "siete up" lo bebíamos a temperatura ambiente, o sea, caliente. Alternábamos esa bebida gaseosa con otra más conocida en la época, la famosa "Clipper", de un sospechoso color reflectante. El "bebercio" se complementaba con el cacao en polvo "Box-Cao", que venía en un paquete de color verde irlandés y que tomábamos a embozadas, con los consiguientes "enyugues"(1). Naturalmente, todo eso se hacía a escondidas de la autoridad materna, lo que lo hacía mucho más atractivo.
La jornada era interrumpida por la hora de la merienda, en la que cada mochuelo regresaba a su olivo para dar cuenta de lo que hubiera en cada caso. Yo recuerdo que mi madre preparaba a veces una exquisita leche fría que previamente se había hervido con azúcar, canela en rama y cáscara de limón, y que era capaz de volvernos a dar las energías precisas para seguir con nuestros "trabajos" de niños.
A la caída de la tarde, después de alguna de esas espectaculares puestas de Sol punteras, nos reuníamos a veces en la explanada frente a la venta de Natalio, "el piso de Don Alfredo", para jugar a los tradicionales juegos de corrillo, pasando luego cada cual a su respectiva casa para zamparse la cena a toda velocidad y volver a salir.
En una de esas noches tórridas y húmedas de los veranos punteros, Quique Martín Núñez tuvo la ocurrencia de enseñarnos a bailar la isa en cadena ... a oscuras porque, como he dicho, durante muchos años la electricidad brilló por ausencia en la Punta. Naturalmente, fue un fracaso al que contribuyó la oscuridad y las risas y tropezones de unos con otros. Fue un intento vano aunque bienintencionado por su parte.
El sueño reparador llegaba pronto, exhaustos como estábamos de tanto trajín veraniego, aunque siempre llenos de proyectos para el día siguiente. En ocasiones, antes de irnos a dormir, nos colábamos en alguna tertulia de mayores. Pero eso es para otro relato.
Espero que estos escritos no se interpreten como un complejo de Peter Pan, pero quizá las palabras que Robert Louis Stevenson escribiera para J.M. Barrie tengan algo de sentido: "Nada de lo que ocurre después de los doce años de edad importa demasiado..., ... lo segundo mejor después de ser niño es escribir sobre ser niño"
5 de enero de 2012. Día de los Reyes Magos
(1) "Enyugue". Ésta palabra no está en el Diccionario de la Academia ni en el Diccionario Histórico del Español de Canarias, lo cual no quiere decir que no exista y que se siga usando a nivel popular.
(1) "Enyugue". Ésta palabra no está en el Diccionario de la Academia ni en el Diccionario Histórico del Español de Canarias, lo cual no quiere decir que no exista y que se siga usando a nivel popular.
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