Tertulias punteras. Foto de la izquierda, de pie Luis Ramos Falcón y Antonio Núñez; sentados, 1º izqda. Celestino Ramos; 3º izqda. Víctor Núñez (noviembre 1947)
Foto de la derecha, verano 1941
TERTULIAS DE GENTE GRANDE
Entiéndase lo de "gente Grande" por gente mayor, o lo que a mí me parecía como gente mayor desde mi perspectiva de los diez o doce años. Aquellas eran tertulias mañaneras, sin convocatoria previa y sin más pretensión que pasar un rato con amigos y conocidos. Sobre las diez de la mañana, sin que hubiera llegado aún la prensa que traía la guagua de las once, iban acercándose poco a poco los habituales personajes. Con un cortés "buenos días" se iban acomodando en un banco de cemento que estaba delante de la casa y que mi abuelo mandó a fabricar en los años veinte. Los que no tenían acomodo en el banco se sentaban en la acera que había al frente de la casa.
Recuerdo de manera especial las tertulias desarrolladas en las mañanas de marea baja, en las que apenas se oía el murmullo de la mar acompañando rítmicamente las conversaciones. El aire a esas horas era limpio, transparente, mezclando en perfecta armonía los sonidos cotidianos, desde el sincopado de la Máquina del Agua hasta la copla de alguna mujer en medio de sus faenas caseras. La curiosidad me llevaba a unirme a aquellas interesantes conversaciones en las que intervenían como contertulios habituales mi abuelo y mi padre, Celestino Ramos, Miguel el del Espigón, Rafael el Cojo y mi tío Carlos. A ellos se unían de manera ocasional alguno de los que pasaban por allí, que tras los saludos de rigor dejaban sus obligaciones y se enfrascaban en los temas que se trataban de manera espontánea. Alguna que otra vez se sentaron en la tertulia Manuel el de Segunda, Isidoro el de Sinforosa, Antonio el de tía María, ...
Los temas eran variados, una verdadera miscelánea de recuerdos, fechas, predicciones basadas en las cabañuelas, anécdotas de la mar y de tierra adentro. Dependían del estado de ánimo colectivo o de las noticias que llegaban con sordina desde las líneas del periódico. Pero tres eran los habituales temas de conversación: la mar, la Guerra Civil y un surtido de anécdotas más o menos divertidas que cada uno de ellos atesoraba en su memoria.
Recuerdo con especial cariño una conversación que comenzó de la manera habitual, pero que llegó a términos surrealistas. Mi tío Carlos sacó a colación el tema de la Segunda Guerra Mundial, de la que era un verdadero experto. Todos comentaban cosas que sabían acerca de la misma, terciando en la conversación Miguel el del Espigón, aunque pronto todos se dieron cuenta que aquel relato no encajaba en lo que decían los demás. El resto de contertulios hablaba de desembarcos, de Japón, de la bomba atómica o de la campaña en el norte de África, y Miguel cada vez encajaba menos en los relatos que hacían unos y otros. El mismo, extrañado de que su conversación no estuviera en sintonía con lo que referían los demás preguntó de qué guerra estaban hablando, si de la del Catorce o de la "guerra nuestra", que era una manera eufemística para referirse a la Guerra Civil.
- "¡No, de la otra!", dijo alguien.
- "¿Qué otra?"
- "¡De la Segunda Guerra Mundial!"
- "Pero, ¿hubo otra guerra?"
Miguel el del Espigón vivió hasta los años sesenta sin tener noticia de aquel pavoroso conflicto, ni sabía quien era Churchil, ni Stalin ni Hitler. Y como no eran parte de su experiencia vital, tampoco le interesaron gran cosa. Dio carpetazo al asunto y siguió comentando sus temas habituales.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario