Por estas fechas de agosto los medios de comunicación anuncian la llegada de las Perseidas, por lo que recomiendan salir de las ciudades y acudir a lugares con menos contaminación lumínica para poder observarlas con menores interferencias. En los años cincuenta esa huida hacia sitios descampados era innecesaria, porque tanto la Punta como Bajamar carecían de luz eléctrica, como ya he dicho en algún otro artículo de este blog.
El cielo puntero era de un terciopelo negro intenso, en donde brillaban rutilantes las estrellas. Allí aprendimos a localizar la Osa Mayor, a Venus y a constelaciones diversas. Como era costumbre, después de cenar acudían varias personas por fuera de la casa de mi abuelo para disfrutar de una buena tertulia. . Se sacaban cojines para sentarse en el banco y la acera de cemento, porque aún a esas horas era una temeridad hacerlo directamente sobre ellos pues conservaban aún el intenso calor del día.
Desde entonces sólo he podido ver algo parecido en las largas noches de guardia en el cuartel de Infantería de Marina en Las Palmas o yendo una madrugada invernal de Sevilla a Cáceres por una solitaria Vía de La Plata.
En aquella época nadie de nuestro entorno y edad las llamaba Perseidas, algo que tuvimos que aprender más tarde en el Instituto Cabrera Pinto. Se hablaba simplemente de "lluvia de estrellas" o, en los más formales o tradicionales, Lágrimas de San Lorenzo. La espera entre una y otra se amenizaba con anécdotas, cuentos y leyendas, advirtiendo a los contertulios que cada vez que se veía una había que pedir un deseo en silencio, pues si se hacía público no se cumpliría. Viejas costumbres supersticiosas que vienen de épocas remotas, pero que no dejan de tener encanto en su ingenuidad.
Desde pequeño me interesó la figura de Perseo a través de un librito que me regalara mi tío Carlos y que aún conservo, en donde se narra las peripecias de Benvenuto Cellini para fundir la fantástica escultura de ese héroe de la mitología griega, y que se encuentra situada en la Loggia dei Lanzi, frente a la Signoria de Florencia. Las veces que he ido esa ciudad me las he arreglado para visitar al amigo Perseo dos veces al día, por la mañana y a la caída de la tarde, cuando la mayoría de los turistas dejan la zona y la ciudad se vuelve de oro, justo en el momento en el que todas la torres de Florencia repican siguiendo la iniciativa de la campana "La Misericordia" (1670), de la Catedral de Santa María del Fiori.
Allí se encuentra representado nuestro héroe que da nombre a esa constelación estelar, con el casco de Hades que le hacía invisible, las sandalias aladas y la alforja mágica que le dieran las Ninfas y la espada de Hermes con la que decapitó a la Gorgona Medusa, obsequiando luego la cabeza a Palas Atenea que lo había protegido en su proeza, la cual la colocó en el centro de su escudo.
Perseo era hijo de Dánae y Zeus, el veleidoso padre de los dioses del Panteón griego. Y si no que se lo pregunten a Europa, Leda y otras, con las que el promiscuo dios mantuvo relaciones en base a su situación privilegiada. Nada nuevo bajo el sol. Dánae fue fecundada por una argucia de Zeus, que se convirtió en lluvia de oro para entrar en el aposento en donde había sido encerrada por su propio padre, temeroso de la llegada de un nieto que le arrebatara el trono.
En el cielo puntero podría verse la constelación Perseo en todo su esplendor, si no existiera contaminación lumínica, al lado de la de su esposa Andrómeda, colocados allí por voluntad de Atenea. De la radiante de la constelación de Perseo surge el cometa que provoca la llegada de las Perseidas cada mes de agosto. Lo del cometa 109P/Swift-Tuttle hay que reconocer que es mucho menos poético, aunque sea más científico.
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