Víctor Núñez Izquierdo (1918-1984). Publicado en "El Día" el 27 de enero de 1983. El dibujo que acompaña el artículo es original de Víctor Núñez Izquierdo, y fue publicado junto a él.
El término "cha" no es peyorativo, sino todo lo contrario y propio de ámbitos rurales (Dicc. Hco. del Español de Canarias). En ese mismo sentido lo usa Mª Rosa Alonso en su libro "Un rincón tinerfeño. Punta del Hidalgo", para referirse a "cha" Agustina. El término se deriva de "tía" o "tío" (evolución fonética)
El bochorno, el rin rin de los grillos, las fantasmales formas de nuestras formas proyectadas sobre el suelo y paredes por la luz zigzagueante del carburo, complementaban la narración que "cha" Imelda realizaba, tomando centro en el corro de muchachos y algún que otro adulto, en mitad del estrecho camino de la Hoya puntera.
Su relato, conseguido por haberlo provocado otro de significado modernista y sin ningún sabor de verdad, estaba encajado en la noche de aquel verano ido; noche especial entre las noches veraniegas de entonces, pues su oscuridad fue tan dura, que bien podría haber sido la de un crudo invierno, por su negrura densa; situación que daba a la narración el punto justo y atinado ambiente. (Los lugares sin luz eléctrica fueron buenos criaderos de circunstancias análogas, ya fuesen en ciudades o en simples caseríos rurales).
Pero, "cha" Imelda continuaba el cuento: "- Sí, mis hijos; fue en la Punta del Viento. Noche con temporal, con mares que Dios nos guarde. Lluvia y viento frío que ponían los pelos de punta. ¡Se vio allá!". La anciana levantó la mano callosa y curtida de muchas aguas saladas y, señalando en la oscuridad el ennegrecido horizonte, apuntó a un lugar que ella suponía, quedaba en aquella dirección. "allí, allí -repetía-, allí hubo un naufragio del que se salvó un marinero. El pudo llegar a tierra firme, malherido y medio muerto. Y no teniendo nada con que alumbrarse y encontrándose una cruz bajo unos viejos tarajales la rompió y "jiso" un "jacho" que le diera luz. Después, cada noche de temporal, allí sale la misma luz en pena. Yo la vi una noche...Y esto sucedió en tiempos de mi abuela, que en paz descanse; por ello me santiguo. De forma que..." La vieja movía sus dedos largos y puntiagudos, de aquellas manos deformadas por los años y los trabajos. Manos emblanquecidas por las escamas de los plateados peces punteros, que muchos barajaron.
La estampa, alucinante en mentes de muchachos, echaba al vuelo la imaginación hacia rumbos infernales, visiones extrañas. El cuadro estaba encajado en la mejor pintura negra del sordo de Fuendetodos, trayendo brujerías y aparecidos a los rincones del viejo caserío, donde los maullidos de gatos hambrientos se podían entrelazar con el "graznido" de las pardelas, atraídas -quizá- por la leve luz que, en aquel instante, dejaba ver nuestras caras de susto en el corro, en cuclillas, con las manos haciendo presión en los sobacos sudorosos; animada escena de vida simple. De imaginación no trabajada. De serena mente, donde los problemas diarios han debido centrarse en apañar comida para las rústicas mesas, si es que mesas hubieron.
Todo parecía transparente, tanto como el agua de orilla sobre el callao. Abajo, en el agua dulce. Allí donde las lavanderas y la ropa blanca, posada aquí y allá, sobre rocas negras de esas orillas fuertemente oscuras del entorno volcánico de nuestras fronteras insulares que, junto al mar, tiene el isleño en su cotidiano vivir, tierra adentro.
Había reunión esa noche negra, pues "cha" Imelda, contrariamente a su costumbre, se mostraba propicia al cuento, y esto a pesar de ser interrupida varias veces por su nieto Juanillo, que pedía pan a cada instante. O por el señor Antonio que, desde Aguacada, regresaba echando pestes de las "familias" -conjunto de todos los muchachos que mal aceptaba-, señalándoles como autores de sustracciones de frutas: sus duraznos tempraneros. Lección que le deparaba algún desquite para inculparse de haber "recogido" otros frutos similares de afuera de sus huertas, colgadas en los bancales altos de la gran montaña. Y así, entre diálogos e interrupciones, Imelda nos dijo del caballo blanco que salía a las doce de la noche sobre el puente Perdomo; y de la influencia de la luna, sí, al salir tras el risco de los Dos Hermanos. Lo hacía al mismo medio, en la "rajeta" del centro, cosa que más de una vez recalcó. O cuando las pardelas atacaban en la noche, a la vuelta de la venta del pescado, en mitad de las Barranqueras de Sabanda. "Una-decía- me tiró la cesta de un fuerte empujón. ¡Aquello fue el demonio en forma de pardela! Más parecía un burro, en "güena" fe. Eso lo vimos todos los del rancho. También el compadre Pascual se asustó, pues a paso ligero nos alcanzó por la Barranquera Honda, y llegó con la lengua fuera. Él venía de gastar el "jacho". Por poco pierde la carnada, de la carrera que se dio. La pardela -añadió- lo bueno que tiene es el aceite, que sirve "pa" los nacidos del cuerpo o la rasquera"
Esa noche fue una noche "metida"... Los candiles en el callao y risco arriba, desde el mar y las veredas parecían una procesión embrujada en medio de la oscura noche, pues las luces corrían apareciendo y ocultándose en cada tramo, y junto al ruido ascendente de la marea que subía y algún canto para ahuyentarse el miedo, que realizaban los pescadores de carnadas. Aquel ruido se diluía mezclado entre el viento que comenzaba, formando un extraño sonido, punto en el que la mujer nos dejó solos, pues ya avanzaba la noche y las gentes, para matrugar, se disponían a poner los huesos de punta. Nosotros, en un rincón del patio de la vieja Pepita, iniciábamos la, más tarde, costumbre de fumar, mientras salpicando el comentario de aparecidos y cuentos de "cha" Imelda, nos asaltaba la preocupación y el miedo.
Un bulto negro- así tenía que ser- nos hizo brincar del duro asiento de piedra. "¡Fue un gato!", gritó uno. "No, fue una bruja!", añadió otro. Y en ese comentario, cargado de dudas, nos retiramos Hoya abajo, hacia el catre de viento y fresco colchón de paja de cebada, que suplió muy bien al colchón de resortes y tentetieso.
Y, dándole, dándole a la cabeza ante las fuertes presiones recibidas, opté por decidirme: Lo que saltó, fue una bruja. Una bruja de verano, naturalmente,
No hay comentarios:
Publicar un comentario