
Fotografía de estudio. Archivo familiar de Carmen y Víctor Núñez. De izquierda a derecha: Enriqueta, Concepción y Cándido Núñez Fuentes (c.1909). El primer cinematógrafo de la Punta del Hidalgo se inauguró por iniciativa de Cándido Núñez en las "Casas de Perera" en 1931. Enriqueta fue también veraneante de la Punta toda la vida junto con su esposo, Eugenio Martín, y sus hijos Elena y Enrique (Quique), el cual fue uno de los fundadores de los Sabandeños.
El cinematógrafo, que así se llamaba por aquel entonces, llegó a la Punta del Hidalgo en el primer tercio del siglo XX. Desconozco si antes de 1931 hubo cine en el lugar, pero en ese año mi tío abuelo Cándido Núñez Fuentes solicitó permiso al Ayuntamiento de La Laguna para abrir una sala de cine en las Casas de Perera (1). Desde esa fecha resulta para mí difícil descifrar qué ocurrió hasta mi niñez, pero ya en esa edad el cine era parte sustancial del entretenimiento en la Punta, aunque ya vinculado a otra empresa.
La sala de exhibición de aquella época estaba, y aún está el edificio, a un lado de la Carretera General, muy cerca de donde estuvo la pequeña y familiar Oficina de Correos. En aquella época las proyecciones se hacían en determinados días de la semana existiendo, que yo recuerde, dos sesiones los domingos, una para niños a las cuatro de la tarde, y otra para adultos al anochecer. Es probable que en mitad de la semana tambié hubiera proyección al menos un día.
Subíamos presurosos y endomingados por el Toscalito bajo un sol de justicia, con el dinero para el cine y una peseta para golosinas. Todos los chiquillos nos arremolinábamos en torno a la taquilla y al entrar ocupábamos los lugares que estuvieran libres. Las instalaciones del local eran anárquicas: había butacas propias de una sala de cine, todas ellas de madera y sin tapizar, pero abundaban bancos rústicos con o sin respaldo y sillas de tijera. Pero esas incomodidades son poca cosa cuando se tienen pocos años y el interés estaba puesto en la magia de la pantalla.
Las películas, - previo inevitable y atrasado "NODO", que traía siempre alguna inauguración importante y la apertura del año judicial ¡del año anterior!- , solían tener una temática bastante homogénea: cine del oeste, de aventuras, de romanos y alguna que otra musical, algo que nos reventaba. Ver aparecer en la pantalla a Joselito cantando en "El pequeño ruiseñor..."; con Marisol éramos más indulgentes, aunque los de La Laguna ya las habíamos visto todas en el cine Coliseum o en el Parque Victoria, pero ahora tenían el "aliciente" de que eran entrecortadas y con planos completos ausentes de la trama porque, como característica general, la cinta se rompía una y otra vez, con el consiguiente pataleo, que era también parte consustancial de la diversión. Previo a esos pataleos ocasionales ya había habido uno general por la tardanza en el inicio de la sesión. Aquel inevitable, "¡ que empiece ya, que ya es la hora!", era coreado de manera universal y reiterada.
Además de esas, había interrupciones previstas. De repente se hacía la oscuridad en la sala, desapareciendo las imágenes de la pantalla y oyéndose en la penunbra una voz que salía de la cabina de proyección que decía gritando para hacerse oir en medio del barullo: "¡Caaambio de bobina!"
Con todo, lo mejor de la diversión era el descanso, ya que salíamos en tropel hacia la cantina para beber un vaso de Clipper caliente y de color reflectante, así como comprar paquetes de chicle Bazooka, que habríamos rápidamente para ver los "chistes", viñetas que por estos lares siempre estaban en inglés y que nadie entendía ni por asomo, en una época en la que eso de los idiomas se cultivaba poco en las escuelas. Uno de aquellos veranos se nos sentaba de forma reiterada en la fila delantera una niña que tenía abundantes tirabuzones y que, además de taparnos la visión tenía en su contra que no era de la Hoya, era de "allá alante". ¿Hace falta explicar en dónde acabaron los chicles Bazooka uno de aquellos domingos tórridos? A la semana siguiente nuestra pobre víctima apareció con sus amigas y con el pelo corto, no sé si para alivio de ella, pero casi seguro que con el disgusto tremebudo de su madre.
La salida, una vez terminado el pase de la película, era apoteósica. En tropel y a empujones los grupos afines nos reuníamos para regresar hasta los repectivos barrios punteron. Corriendo Toscalito abajo imitábamos, como otros chicos de la época, lo que acabábamos de ver en la pantalla, fuera una película de romanos o del oeste, acabando en más de una ocasión a pedrada limpia entre diferentes pandillas por interpretaciones banales del guión. Era casi tradicional que al menos una vez en verano, bajando a la carrera, tropezáramos con alguna piedra y nuestras rodillas acabaran ensangrentadas.
El cine constituyó, para la sociedad en general, una fuente de nuevos mitos. Tal era el caso de una vecina de la carretera, muy buena persona, conocida como Eugenia "la Tambora". Mujer alta y espigada que vestía faldas superpuestas para disimular su delgadez y que era una fervorosa seguidora del intérprete de "¡Ay Jalisco, no te rajes!", Jorge Negrete. Se decía que, cuando el actor y cantante falleció en 1953 Eugenia se puso de luto, sacó sus ahorrillos y se fue a ver al cura para que dijera con ellos misas por el difunto... Se gastó unos buenos duros, dicen, porque el cura estuvo nombrando en las misas a Jorge Negrete durante un año. Puede que sea una leyenda..., o puede que no.
TEXTO: V. Núñez
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(1) Ramírez Guedes, E. "El espectáculo cinematográfico en La Laguna. Desde sus inicios hasta la Guerra Civil". Exmo. Ayuntamiento de La Laguna, Año 2020. Pág.110.

Subíamos presurosos y endomingados por el Toscalito bajo un sol de justicia, con el dinero para el cine y una peseta para golosinas. Todos los chiquillos nos arremolinábamos en torno a la taquilla y al entrar ocupábamos los lugares que estuvieran libres. Las instalaciones del local eran anárquicas: había butacas propias de una sala de cine, todas ellas de madera y sin tapizar, pero abundaban bancos rústicos con o sin respaldo y sillas de tijera. Pero esas incomodidades son poca cosa cuando se tienen pocos años y el interés estaba puesto en la magia de la pantalla.
Las películas, - previo inevitable y atrasado "NODO", que traía siempre alguna inauguración importante y la apertura del año judicial ¡del año anterior!- , solían tener una temática bastante homogénea: cine del oeste, de aventuras, de romanos y alguna que otra musical, algo que nos reventaba. Ver aparecer en la pantalla a Joselito cantando en "El pequeño ruiseñor..."; con Marisol éramos más indulgentes, aunque los de La Laguna ya las habíamos visto todas en el cine Coliseum o en el Parque Victoria, pero ahora tenían el "aliciente" de que eran entrecortadas y con planos completos ausentes de la trama porque, como característica general, la cinta se rompía una y otra vez, con el consiguiente pataleo, que era también parte consustancial de la diversión. Previo a esos pataleos ocasionales ya había habido uno general por la tardanza en el inicio de la sesión. Aquel inevitable, "¡ que empiece ya, que ya es la hora!", era coreado de manera universal y reiterada.
Además de esas, había interrupciones previstas. De repente se hacía la oscuridad en la sala, desapareciendo las imágenes de la pantalla y oyéndose en la penunbra una voz que salía de la cabina de proyección que decía gritando para hacerse oir en medio del barullo: "¡Caaambio de bobina!"
Con todo, lo mejor de la diversión era el descanso, ya que salíamos en tropel hacia la cantina para beber un vaso de Clipper caliente y de color reflectante, así como comprar paquetes de chicle Bazooka, que habríamos rápidamente para ver los "chistes", viñetas que por estos lares siempre estaban en inglés y que nadie entendía ni por asomo, en una época en la que eso de los idiomas se cultivaba poco en las escuelas. Uno de aquellos veranos se nos sentaba de forma reiterada en la fila delantera una niña que tenía abundantes tirabuzones y que, además de taparnos la visión tenía en su contra que no era de la Hoya, era de "allá alante". ¿Hace falta explicar en dónde acabaron los chicles Bazooka uno de aquellos domingos tórridos? A la semana siguiente nuestra pobre víctima apareció con sus amigas y con el pelo corto, no sé si para alivio de ella, pero casi seguro que con el disgusto tremebudo de su madre.
La salida, una vez terminado el pase de la película, era apoteósica. En tropel y a empujones los grupos afines nos reuníamos para regresar hasta los repectivos barrios punteron. Corriendo Toscalito abajo imitábamos, como otros chicos de la época, lo que acabábamos de ver en la pantalla, fuera una película de romanos o del oeste, acabando en más de una ocasión a pedrada limpia entre diferentes pandillas por interpretaciones banales del guión. Era casi tradicional que al menos una vez en verano, bajando a la carrera, tropezáramos con alguna piedra y nuestras rodillas acabaran ensangrentadas.
El cine constituyó, para la sociedad en general, una fuente de nuevos mitos. Tal era el caso de una vecina de la carretera, muy buena persona, conocida como Eugenia "la Tambora". Mujer alta y espigada que vestía faldas superpuestas para disimular su delgadez y que era una fervorosa seguidora del intérprete de "¡Ay Jalisco, no te rajes!", Jorge Negrete. Se decía que, cuando el actor y cantante falleció en 1953 Eugenia se puso de luto, sacó sus ahorrillos y se fue a ver al cura para que dijera con ellos misas por el difunto... Se gastó unos buenos duros, dicen, porque el cura estuvo nombrando en las misas a Jorge Negrete durante un año. Puede que sea una leyenda..., o puede que no.
TEXTO: V. Núñez
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(1) Ramírez Guedes, E. "El espectáculo cinematográfico en La Laguna. Desde sus inicios hasta la Guerra Civil". Exmo. Ayuntamiento de La Laguna, Año 2020. Pág.110.

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