Atardecer

Atardecer
Septiembre 2009

sábado, 6 de noviembre de 2010

En el Homicián, 1935

Parte del artículo publicado en "El Día" el 6 de septiembre de 1979. Autor: Víctor Núñez Izquierdo (1918-1984). La profesora y escritora María Rosa Alonso acaba de cumplir en éste año de 2010 los cien años y es la única, de entre los fotografiados, que aún vive.
En la fotografía: de pie ,1º por la izquierda, Víctor Núñez Izquierdo// Sentados, desde la izquierda: 2º Antonio Núñez, 3ªCarmen Núñez, 4ªMaría Rosa Alonso, 7º Manuel Medina Ramos. En el Homicián, 1935
(Fotografía, Colección Carmen y Víctor Núñez García)

La "pagina ya amarilla" de María Rosa Alonso

No termina uno de entender esa predisposición que nos embarga hacia unos hechos, unos momentos o unas personas que actúan en tiempo pasado. La verdad es que del pasado inmediato hay poco que contar, aún no ha dejado huella, está sin apenas historia. Es tierno y reciente. Ese otro pasado pasado, sí que hace mella y se nos asoma por la ventana de los recuerdos con sus fantasmagóricas actitudes, sus extrañas piruetas, sus brumas y aspectos borrosos que, aquí o allá, dan en muchos casos y circunstancias unas nitideces refrescantes, poniendo en la bandeja del momento esas cosas que, dicho en verdad,  nos complacen y buscamos, y que ahora hemos encontrado por casualidad.


A las manos nos viene, de un periódico de Tenerife, una página amarilla donde el tiempo ha manchado a su libre albedrío. ¿Envolvió algo que tenía que ser envuelto esa página que lleva una imagen de mujer, unas letras de grueso formato, dos columnas amparando prosa y versos y un recuadro como de encaje que el montador del diario estimó digno para una dama y para su hacer periodístico de colaboradora? Cuatro estribillos y doce coplas en una página 3 de "EL DIA" desde una fecha que ignoramos y que, acaso, fue arrancada como por instinto, puesto que las fechas acongojan y comprimen los espíritus ya de por sí cansados de soportarlas; llenos del tic-tac relojero y de las hojas almanaquiles que doblegan al hombre haciéndole caminar con más disciplina hacia la muerte, las de los periódicos (las de menos vida), las que ya terminadas de salir, están muertas; las que han desaparecido bruscamente antes de ser leídas, de ser entendidas, de llegar, ¿para qué han servido esas páginas? Cuando alguien posó en ellas su alma cándida, remontando vuelos de afectos y nostalgias en un remolino cualquiera de un momento, de esos abundantes que la vida nos prodiga, la página cae. Llegó su hora. En ese vaivén de vuelo de cometa infantil va bajando, bajando, bajando lentamente, como alagando el aire que la soporta, y al final depositarse en el cajón de una vieja cómoda que otrora albergara manzanas olorosas para la ropa de la abuela o, acaso, en ese otro cajón de los papeles y recortes, o envolviendo flecos con tiras de lentejuelas; retales olvidados.

La cosa es que la página amarilla está aquí, sobre mi mesa. Su contenido es diáfano, alegre y jovial, igual que la sonrisa de la fotografía que en la esquina superior izquierda nos brinda su autora, quien nos dice que "todavía hay por ahí viejos amigos (ellas y ellos) testigos de que fui parrandera; es decir, que me gustaba oír cantar y asistir a las parrandas punteras, bajamareras, tejineras y laguneras de mi juventud..." La autora encontró- como yo en este caso- su página amarilla, su libretilla vieja, la de las coplas; donde los estribillos y esas coplas, que han sido doce, y cuyo número 3 nos dice: "No digo que es un jardín/ ni que es la isla más bella,/ digo que muero por ella/ y que en su tierra nací". La autora nos sigue diciendo del cantar ritual del canario, "donde canta todo el mundo", lo hace "el catedrático y el bedel, la señora y Mariquilla; el ricachón y el pelagatos, usted, lector, y yo". Y, yo también, si el momento es propicio, ¡qué caramba! ¿Acaso esos cantares -más antes que ahora- no invadieron el ambiente puntero de esos años que añoramos los que vivimos, entonces, aquellos inolvidables instantes? Evidentemente, aquellos días punteros donde el estampido sonoro de la copla bien cantada rompía el aire a cualquier hora de las venticuatro que el día dispone, jamás volverán. La alegría de aquellas gentes no ha podido ser compartida (ni comprendida)  por generaciones posteriores; los Ramos punteros como los laguneros, como ese ramillete de mujeres que la Punta del Hidalgo ha dado en alegría espontánea del cantar en el trabajo -o, cuando el agua desde la fuente al hogar- fue de aquellos días: "penas del ayer se fueron;/ aún no están las de mañana;/ las que hoy llegaron, tempranas,/ en el cantar se perdieron" Después de esta otra copla de la autora, sin duda, Luis Ramos Falcón y Víctor Núñez Fuentes habrían, en dúo equilibrado, allá por el Homicián o Las Hoyas, echado al aire de la isla que tanto amaron esta copla de vestigios antillanos: "Canto aquí, canto en la Habana,/ canto en Pinar del Río; / y como el mundo es ya mío,/ canto donde me den ganas".

Sin duda esa generación llevó más profundamente un sentido realista del isleñismo, del canarismo, cosa que las bisoñas generaciones actuales aún no han visto, por la simple razón de no querer penetrar en ello; aquellos sentían la isla de manera emotiva. La llevaron en la misma piel de sus cuerpos. En el alma, fuertemente adherida. Ese "degustar" el terruño sin recato; agarrase en lucha canaria en la plaza de cualquier pueblo o ciudad, el portar prendas del traje isleño o el cantar de aires regionales, fueron siempre acciones espontáneas  de esas generaciones...  ... Sí, las coplas de folías lánguidas o de saltarinas isas han "debido quedarse prendidas en las tabaibas y cardones de esas amadas carreteras norteñas" como lo recoge la página amarilla. Puede que La Orotava las recuerde en esas sus calles pinas o en los recodos de la villa de arriba, bajo el mirar atento del Teide que se nos antoja allí, padre atento, raíz o estirpe.

La parranda fantasma de las noches estivales de La Punta se pierde cumbre arriba alumbrada por los "jachos" de petróleo de un señor Benito marinero, de un Pascual navegante de caminos de la mar o de los Ramos, señores de La Punta, con coplas de copleros de pueblo, con coplas cultas de otros copleros sentimentales... la cuestión es que la parranda sigue su camino para perderse tras el risco de Aguacada, en ese caminar incierto de toda parranda, pero eso sí, querida María Rosa Alonso, dejando la huella sutil del afecto, del cariño y la amistad inolvidable de unos ratos. De esos que, como tú bien dices en la página amarilla: "¡a vivir, que son tres días!"
Posted by Picasa

No hay comentarios:

Publicar un comentario