Víctor Núñez Izquierdo (1918-1984). En éste pequeño escrito memorial se condensan muchos años de amistad en la Punta del Hidalgo, desde la niñez. Pablo, el pescador, murió ahogado en la Punta de Teno. La amistad no se establecía solo entre veraneantes, sino también con los naturales de lugar; eran amistades que duraron toda la vida y que aún perduran entre los descendientes. Sin fecha de publicación. (VN)
Fue allá, en la otra Punta, al extremo de la isla, donde la mar bate fuerte y el acantilado crece. Donde los fondos, preñados de vegetación de algas de colores, presenciaron tu final. La noticia me llegó escueta, y mi imaginación cambió de pronto hacia nuestro último encuentro. Encuentro que, en la distancia de los años, se produjo hace unos días. De él recuerdo tu franca sonrisa de hombre bueno, de amigo de los amigos. He pasado revista a los recuerdos: hasta mí los tiempos de tu Punta del Hidalgo, la vida dura de pescador, tus proezas de nadador, la caballerosidad de tu franco comportamiento, la afabilidad de tu persona.
Todos los que fuimos tus amigos te llevaremos en el recuerdo. Sabemos de tu persona como ejemplo de bondad. También que la muerte con los hombres de la mar, juega callada. Un hombre muere en la mar, o por ella, y la noticia se disuelve como gota de salitre en el océano. Ella, esa novia de azul y blanco. La que vence siempre, la que adormece, la que obliga, fatiga y duerme arrullando, no deshace el compromiso del matrimonio marino. En ésta inflexibilidad está su poder y ahí, en las crestas de sus montañas de espuma, en el azul verdoso de sus fondos, tiende la mano portadora del lazo final. Es el término del contrato, del pacto con los hombres que junto a sus orillas echaron sus primeros barcos de relucientes hojalata con velitas de papel en la proa. Así termina un viaje. El viaje para el que sacaste tu billete marino y en el que la distancia del nacer al morir -de Punta del Hidalgo a la Punta de Teno- poco cuenta. La mar es una y está en todas partes, también en nosotros, como tu recuerdo. Otra vida pasa, calladamente, de este bullir terreno a la mejor gloria de Dios.
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